Por Luis Ángel Saavedra*
Will Smith, famoso actor de Hollywood, protagonista de la saga “Hombres de Negro” y de la serie de televisión “El Príncipe del Rap”, entre otras obras de gran éxito, afirmó hace más de cuatro años que “El racismo no está empeorando, solo que ahora se está grabando». Así lo dio a conocer la cadena de noticias BBC en un artículo del pasado 29 de mayo, en el que da cuenta de quién era George Floyd, el afroestadounidense que murió asfixiado bajo la rodilla del policía Derek Chauvin de la ciudad de Minneapolis, mientras su compañero, Tou Thao, trataba de bloquear la filmación que lo estaba realizando una transeúnte que, al difundirlo en redes sociales, permitió escuchar la última frase de Floyd “No puedo respirar”, frase que se convertiría en el grito de protesta del pueblo afro descendiente y de todas las personas marginadas en el mundo.
La muerte de Floyd se suma a una larga lista de afroestadounidenses que han muerto bajo custodia policial, cuyos crímenes casi en totalidad han quedado en la impunidad. En los últimos años, según Smith, las cámaras de los celulares han permitido grabar la violencia policial contra los afroamericanos en Estados Unidos, permitiendo que ahora se haga visible esta violencia, lo que provoca la reacción de la ciudadanía, como se ha visto en las decenas de manifestaciones que se han producido en ciudades estadounidenses y en otras capitales de países del mundo en donde los Estados Unidos tiene sus sedes diplomáticas.
La respuesta del presidente estadounidense atizó más el fuego provocado por la indignación popular, al asegurar que mandará militares a las calles para que empiecen a disparar si hay saqueos.
La condena a la acción policial y a las declaraciones del presidente Donald Trump fueron generalizadas y varias personalidades de la política, el arte y deportistas que tienen talla de estrellas mundiales se pronunciaron en contra de la violencia policial y de la forma como Trump criminalizó las protestas ciudadanas.
Se ha intentado presentar a Floyd como un delincuente, pero los testimonios de quienes lo conocían dicen todo lo contrario, fue un ex deportista, colaborador en un refugio de indigentes, y sobre todo, una persona muy dulce a pesar de su gran corpulencia.
En el Ecuador el silencio se impone
El 13 de abril de 2008, la policía ecuatoriana movilizó un escuadrón de casi 100 policías para detener a un grupo de afro ecuatorianos que hacían deporte en el parque La Carolina, en Quito. Se apresaron a 23 personas sin ninguna orden de detención y sin que cursara una denuncia sobre alguno de los que jugaban en el parque. El parte policial que informó sobre esta detención afirmó que los afroecuatorianos “evidentemente se encontraban en actitud sospechosa».
Este hecho fue conocido porque un canal de televisión capitalino acudió al lugar para cubrir la detención como parte de su espacio de crónica roja, en la que además se recogieron las declaraciones del Comandante de Policía que justificó la detención afirmando que los afrodescendientes son una raza con propensión a la delincuencia.
Este incidente solo mereció el repudio de algunos intelectuales y activistas que luchan contra el racismo. No se dio un repudio masivo de la sociedad ecuatoriana y habría pasado al olvido a no ser por la producción del documental , que da inicio narrando este incidente y devela el racismo instaurado en la sociedad ecuatoriana y cómo la Policía y las autoridades perciben al afrodescendiente; percepción que se resume en la pregunta que hace Jony Mecías al momento de ser detenido: «¿Cómo sabe que soy delincuente?! Porque, soy negro!
También la muerte de afroecuatorianos en manos de la policía son hechos obscuros de los que no se habla porque quienes desean hablar son amenazados y denigrados. Son crímenes que a la larga quedan en la impunidad.
El rol de la farándula nacional también es nefasto, no solo que no rechaza el racismo, sino que hace gala de un profundo desprecio por los valores de los afrodescendientes y los transforma en elementos de mofa, a sabiendas que con ello eleva la sintonía de sus programas. En el Ecuador, los afros famosos brillan por su ausencia a la hora de sumarse en la lucha contra el racismo o de denunciar los crímenes locales de la policía en contra de sus pares.
En los últimos cinco años, solo en el Valle de El Chota se procesa judicialmente tres muertes a manos de agentes armados del Estado: Andrés Padilla (2018), Joffre Alencastro (2015), Milton Chalá (2014). Kimberly Minda, investigadora afrodescendiente de este valle, asegura que en cada una de las , se ha dado al menos una de estas muertes. Se habla de estas muertes en las conversaciones familiares, pero para afuera prima el silencio.
Estas muertes no son susceptibles de juicios porque las familias de las víctimas no tienen posibilidades económicas para seguir el proceso judicial o porque se han convertido en hechos cotidianos y las familias saben que no se llegará a nada; al contrario, corren el riesgo de ser hostigadas incluso por las autoridades nacionales de gobierno, como es el caso de la familia Padilla, ahora en la mira no solo de la Policía, sino del propio Ministerio de Gobierno.
La muerte de Andrés Padilla, producida el 23 de agosto de 2018, en Mascarilla, a la entrada de El Chota, también se convirtió en un hecho insigne al ser documentada en video. Parecería que el video provocaría la condena del policía francotirador que lo disparó por la espalda, pero no fue así. La Corte Provincial de Imbabura lo declaró inocente. La familia Padilla no solo ha debido luchar en los juzgados, sino que ha debido enfrentar la arremetida del gobierno que, tal como lo hace Trump, criminaliza a la víctima y a quienes rechazan su muerte.
En los Estados Unidos, la gran mayoría de policías que comenten asesinatos a personas afrodescendientes cuando los detienen o posterior a las detenciones, tampoco son encontrados culpables y sus argumentos son similares a los esbozados en el Ecuador: los afrodescendientes son delincuentes. Los jueces estadounidenses, al igual que los jueces ecuatorianos, no quieren enemistarse con las estructuras policiales o con los gobiernos.
Para el poder, tener de lado a la policía es fundamental para proteger sus intereses, por lo que los asesinatos a las personas más pobres, como son los afrodescendientes, son costos que pueden ser aceptables para tener la lealtad policial.