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El gobierno debe dirimir en conflicto religioso en lago agrio

Por Super User
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Luis Ángel Saavedra

 

El gobierno debe dirimir en conflicto religioso en Lago Agrio


La confrontación entre partidarios de dos opciones católicas en Lago Agrio amenaza con transformarse en una espiral de violencia que en nada ayuda a la ya golpeada ciudad que debe sobrevivir con la influencia del conflicto armado colombiano.

 

No es novedad que dos opciones religiosas se enfrenten al interior de la Iglesia Católica; estas confrontaciones se han dado desde el inicio mismo de la denominada “difusión del evangelio”, pues los mismos evangelios son distintos en puntos importantes de sus crónicas sobre la vida de Jesús; eso sin considerar los evangelios que definitivamente fueron desterrados de los textos católicos, y que hoy son conocidos como apócrifos. Los evangelios “más espirituales” triunfaron sobre los que trataban situaciones más sociales y cotidianas.

 

La confrontación de religiosos católicos en la forma de ver el mundo y las estructuras sociales también tuvo una fuerte presencia en las discusiones dadas en la edad media y durante la colonia española a propósito de si los indígenas tenían o no tenían alma o eran seres inferiores. Si la discusión teológica concluía que los indígenas tenían alma, defendida por Bartolomé de las Casas, la esclavitud, la muerte debido a los trabajos forzados en las mitas y obrajes, o por los castigos, constituía un pecado y no se lo debía permitir; en cambio, si los teólogos concluían que los indígenas eran seres inferiores, posición defendida por Juan Ginés de Sepúlveda, la vida de los indígenas era insignificante y los terratenientes españoles tenían vía libre para explotarlos hasta provocar su muerte. La teología aquí estaba estrechamente vinculada con la economía de los conquistadores.

 

Si bien el discurso de Bartolomé de las Casas se impuso, éste no se aplicó, y los sacerdotes católicos de ese entonces no sólo apoyaron las tesis esclavistas, sino que se beneficiaron de ellas y del trabajo indígena a través de una serie de exigencias, como las primicias, los diezmos, los costos de las ceremonias, las herencias para salvar las almas y muchas artimañas similares que terminaron por despojar a los indígenas de sus ya precarios derechos.

 

La religiosidad de la iglesia terrateniente y opresora, en lo que devino la iglesia católica, llevó a Karl Marx a definirla con la triste célebre denominación de “opio del pueblo”, en tanto que, en Ecuador, Jorge Icaza la denunciaba a través de su obra “Huasipungo”.

 

La Doctrina Social de la Iglesia, esbozada por primera vez por León XIII, en 1891, cuando se luchaba por establecer una justa relación entre trabajo y capital; seguida luego por Pío XI, al reconocer el impacto negativo en la espiritualidad de los problemas económicos y sociales, y la necesidad de trabajar pastoralmente sobre ello, no fueron más que un tímido acercamiento de la Iglesia Católica al mundo cotidiano, pues, al igual que en la Colonia, estos principios fueron ignorados por el clero, acostumbrado a vivir a expensas del temor y la superstición popular.

 

A finales de la década de los años 50, la confrontación al interior de la iglesia entre los seguidores de una iglesia más cercada a la realidad social y una iglesia que pugnaba por mantenerse en los privilegios que le daba una espiritualidad alienante, se encontraron en el Cónclave de 1958 que, luego de la muerte de Pio XII, designó a Juan XXIII como nuevo Papa. Lo nombraron porque consideraron que era un hombre viejo y sin fuerzas para incidir en la confrontación que se vivía al interior de la Iglesia Católica. Pero se equivocaron, pues el que debía ser un Papa de transición, les resultó ser un hombre coherente con las tesis evangélicas de la liberación.

 

Juan XXIII ya había dado muestras de ser distinto al resto de la Iglesia cuando, como Visitador Apostólico, propició acercamientos con la Iglesia Católica Ortodoxa, o cuando debió reorganizar la Conferencia Episcopal Francesa, desestabilizada por la acción de numerosos obispos partidarios de los nazis alemanes. Ahora, como Papa, inició la más grande transformación de la Iglesia Católica con la realización del Concilio Vaticano II que, junto a la Conferencia Latinoamericana de Obispos, realizada en Medellín en 1968, apoyada por Pablo VI,  constituyeron la base de una nueva teología, basada en los evangelios, pero pensada en desde la cotidianidad, es decir, desde el mundo de los pobres, de los oprimidos y oprimidas por el sistema económico y social impuesto por las élites.

 

Las propuestas del Concilio Vaticano II fueron rechazadas por un sinnúmero de obispos vinculados a los poderes políticos y económicos que gobernaban la mayoría de países; estos obispos prefirieron, por un lado, no abandonar los ritos latinos que había impuesto la iglesia, como en caso de Monseñor Lefebvre que pugnaba porque la iglesia se mantenga en sus ritos tradicionales; y por otro lado, los obispos vinculados a las élites económicas que se oponían a los postulados de cambio social pregonados por el Concilio Vaticano II y los Documentos de Medellín; es en este grupo donde nace, en Brasil, la organización “Familia, Tradición, Propiedad”, que luego devendría en “Los Heraldos del Evangelio – Caballeros de la Virgen”, cuya historia la presentamos en nuestra página web (inredh.org), en dos radio teatros producidos por Radialistas Apasionados.

 

La llegada al Vaticano del polaco Karol Józef Wojty?a, denominado Juan Pablo II constituyó un golpe para quienes se habían comprometido con los cambios del Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación. Juan pablo II deslegitimó esta teología, mandó a callar a sus principales exponentes, como al sacerdote brasileño  Leonardo Boff,  a quien impuso un voto de silencio.

 

Juan Pablo II legitimó con su visita a los regímenes más sanguinarios de América Latina y África; calló frente a las masacres cometidas en las dictaduras de Chile y Argentina; y vino al Ecuador a legitimar el poder de León Febres Cordero cuando éste iniciaba la represión a incipientes grupos revolucionarios, provocando la muerte, mediante ejecuciones extrajudiciales, y la desaparición de sus principales líderes.

 

La nueva jerarquía de la Iglesia Católica inició así su propia batalla puertas adentro, fue desplazando a los obispos progresistas, se calló frente a los asesinados de sacerdotes y obispos revolucionarios, como Monseñor Romero y las monjas y curas jesuitas, en Salvador. Muchos sacerdotes, formados en la teología de la liberación abandonaron los hábitos decepcionados por el retroceso que había tomado su iglesia; retroceso que fue acrecentado con la llegada al poder eclesial de Benedicto XVI, a quien los Heraldos del Evangelio – Caballeros de la Virgen, han jurado absoluta lealtad.

 

Este es el contexto en el que debemos analizar la presencia de los Heraldos del Evangelio – Caballeros de la Virgen en Sucumbíos, y su intención de poner raíces en Esmeraldas, Chimborazo y sectores marginales de Guayaquil. Ellos son parte de la cruzada benedictina para eliminar definitivamente el tejido social vinculado a la Iglesia Católica, un tejido social que exige la liberación del cuerpo y el alma y el compromiso de toda la Iglesia en la transformación social: la lucha entre la iglesia de los pobres y la iglesia de una espiritualidad alienante, basada en ritos, tradiciones y supercherías sigue en pie.

 

La confrontación en Sucumbíos ha dejado de ser religiosa y se ha convertido en un conflicto social en donde se enfrentan las organizaciones de base del ISAMIS (Iglesia de San Miguel de Sucumbíos), defendiendo su proceso histórico de cohesión social, y la Iglesia de los Heraldos del Evangelio – Caballeros de la Virgen, quienes ha hecho alianzas con familias y líderes de las élites políticas tradicionales, quienes ven el Ellos una buena posibilidad de seguir manteniendo sus privilegios, pues, debemos recordar, que para Tradición, Familia Propiedad, y por ende, para los Heraldos del Evangelio – Caballeros de la Virgen, la propiedad privada y su acumulación, es una bendición de su dios.

 

La jerarquía eclesial ecuatoriana, liderada por Antonio Arregui, un obispo vinculado a otra de las sectas católicas de extrema derecha como es el Opus Dei, se equivocó en su estrategia para desarmar las pastorales de base de Sucumbíos al enviar a los Heraldos del Evangelio – Caballeros de la Virgen allá, quienes entraron como elefante en cristalería y, en base a la prepotencia, quisieron imponer sus dogmas. El ISAMIS resistió, como era de esperarse, y, a pesar del silencio de los carmelitas que confiaron en el diálogo, debieron defender sus organizaciones con acciones de hecho, como la vigilia en la Catedral y la resistencia en radio Sucumbíos. Esta resistencia ha provocado la salida de los Heraldos del Evangelio – Caballeros de la Virgen de Sucumbíos, pero esta salida debemos considerarla como un repliegue estratégico de la iglesia retrógrada, pues insistirán en su propósito de desmantelar el tejido social que crece junto a una iglesia comprometida con los pobres y con su liberación social y espiritual.

 

En este punto, y en este asunto concreto de confrontación de tendencias ideológicas al interior de la iglesia católica ecuatoriana, el gobierno debe actuar, pues ha dejado de ser una confrontación religiosa interna y se ha convertido en una confrontación social que, de no ser resuelta, puede devenir en una espiral de violencia en donde las fuerzas de derecha podrán pescar a río revuelto. Lo mismo pasará si el gobierno deja que se consolide esta secta en cualquier otro rincón ecuatoriano, pues no es una convicción religiosa lo que está en juego, sino una confrontación ideología en las formas de ver el mundo, su depredación y su propiedad.

 

Instamos al gobierno nacional a se deshaga definitivamente de una amenaza para su propio programa político y para la construcción de un Estado equitativo y protector de los derechos; para ello tiene todos los instrumentos legales, incluso puede remitirse a un antecedente que generó jurisprudencia, la expulsión del Instituto Lingüista de Verano, en manos de una secta evangélica que amenazaba con destruir a los pueblos indígenas amazónicos. Esperamos que el gobierno de Correa tenga la misma valentía que la tuvo Jaime Roldós en 1980.

 

Luis Ángel Saavedra

Director INREDH  

 

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