Los estertores de George Floyd en el Estado de Minnesota, Estados Unidos, muerto por asfixia bajo la rodilla de un policía, nos retumban en la conciencia de toda la humanidad. La indignación nos inunda y queremos incendiarlo todo, todo aquello que nos regresa a la barbarie, que nos arrebata la grandeza del espíritu humano, porque me resisto a pensar que el hombre es malo por naturaleza.
En el corazón del capitalismo, Thomas Hobbes, fue quien dijo que “el hombre es el lobo del hombre” y exaltó el individualismo como expresión del crecimiento económico. Desde ahí nos han convencido de que la competencia, la productividad y el “espíritu emprendedor” es lo que nos va a sacar del subdesarrollo, pero basta de estas falacias, es necesario ver la realidad descarnada: ni la pandemia va a cambiar algo, no nos va a hacer mejores personas.
Y hago un llamado a todos los activistas, hombres y mujeres conscientes de nuestro país a indignarse porque la misma bota policial y su racismo son la expresión de un Estado al servicio del mismo poder por el cual se condena a muerte a un negro o a todo un pueblo abandonándolo en una pandemia. Es el mismo poder que prefiere pagar la deuda externa, antes que atender la salud de las personas. Es el mismo poder que nos quiere ignorantes y recorta el presupuesto para la educación.
El racismo lo hemos visto aquí mismo, en nuestro país, lo toleramos y hacemos la vista gorda. Cuando en plena pandemia, la Policía y las Fuerzas Armadas rapaban a un “cholo” pobre en el suburbio de Guayaquil; mientras con un rico de Samborondón eran gráciles y sumisos. La misma autoridad y ciertos políticos llamaban a los “indios” a quedarse en el páramo, por exigir sus derechos. Eso es racismo explícito.
Como también fue miserable el policía que mató a Andrés Padilla Delgado, asesinado con un disparo policial en la localidad de Mascarilla, provincia de Imbabura, comunidad afrodescendiente del Valle del Chota, al norte de Ecuador. Ese episodio sin duda ubicó la mirada de toda una nación hacia la justicia, hacia la Policía Nacional y hacia su accionar frente a ejecuciones de personas negras o afrodescendientes. Recordando todas estas violaciones a los derechos humanos, concluimos diciendo que no son los únicos nombres.
Pero lo más peligroso es lo que no se ve y está dentro de nuestras cabezas, es la comodidad, pensar que como no es conmigo, no pasa nada. Que se trata de un cholo más al que humillan, un negro más al que matan. Entendamos que en un país cuyas autoridades no respetan la Constitución ni las leyes no pueden esperar que el victimado, el estudiante apaleado, la comunidad negra o afrodescendiente asesinada siga tolerando por más tiempo. De ahí que la indignación en Estados Unidos haya estallado como lo hizo.
“I cant’ breath” (no puedo respirar) es una consigna de todo un pueblo en EE.UU.; pero es la consigna de nuestro pueblo también, de nuestro pueblo del Ecuador que ya no puede respirar, que se asfixia por el paquetazo, por todas las leyes del presidente Lenin Moreno y su burguesía feroz, racista, taurina, depredadora de los recursos naturales y del patrimonio nacional.
No podemos respirar; no podemos aguantar un día más a esta élite que nos gobierna. Esta élite es la Banca, la misma que en el 99 fue causante del Feriado Bancario (Lasso-CREO y Nebot-PSC); la élite taurina de Juan Sebastián Roldán y Richard Martínez. Ahora que esa élite faculta a las Fuerzas Armadas a usar plomo contra el pueblo, se ve que tienen miedo y están asustados porque cuando el pueblo se levante, los soldados que también son pueblo no apuntarán sus fusiles contra nosotros.
Como negro o afrodescendiente que soy, quiero reivindicar mi derecho a la resistencia. “No es porque haya leyes, no es porque tenga derechos, que tengo derecho a defenderme; es en la medida en que entiendo que mis derechos existen y que la ley me respeta”.
Carta por un hombre negro muerto por la bota policial
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