*Por Luis Ángel Saavedra Sáenz
Desde hace tiempo se viene afirmado que Quito ya no es una ciudad, que hace muchos años dejó de serlo para convertirse en un conjunto de ciudades con características y colectivos sociales distintos y confrontados, cuyos relatos sobre la realidad son disímiles, en especial cuando una movilización indígena decide llegar a Quito, aunque a ciencia cierta no conozcamos a cuál Quito llegarían.
Por un lado está el Quito que añora las aristocracias y las servidumbres; el Quito que se expresa en los medios de comunicación tradicionales, que elabora discursos rimbombantes en la radio; ese Quito para el que el indio bueno es el que está de rodillas, sumiso, limpiando sus zapatos o cargando sus compras; ese indio sin derecho a sublevarse porque cuando lo hace aparece en la televisión como el salvaje, el violento, el que pincha las llantas de los carros, el que saquea, el que no deja trabajar a la gente de bien, el que viene a Quito para destruir la ciudad y al que hay que dispararlo para preservar el patrimonio, porque muerto el perro se termina la rabia.
Uno es ese Quito de los “Jacinto Jijón y Chiluiza”, como sardónicamente se haría llamar el autor del libro “Longos” (), para quienes los nuevos intelectuales y profesionales indígenas solo son una tarea de indios alzados y vaya uno a saber cómo consiguieron esos títulos, a lo mejor lo compraron o lo sacaron en una universidad de mala muerte. Ese Quito de conductoras de televisión que dicen “ahí se ve como los manifestantes atacan a la policía”, cuando lo que se ve en las imágenes es como la policía motorizada enviste a los manifestantes.
Uno es ese Quito de políticos a los que la envidia les quita el sueño, que vociferan intentando destruir la imagen de un líder indígena, y sus consejos de gobierno, que son capaces de movilizar a decenas de miles de personas, que también tiene un título de ingeniero y que se moviliza, sin ningún derecho, en un auto de alta gama, porque un auto así solo es privilegio de los quiteños de bien. Esos políticos que no movilizan ni a su familia y que ahora quieren explicar la movilización indígena como producto del narcotráfico, y lo peor es que tratan de creerse su propia mentira.
#ParoNacionalEc2022 | Llegan los primeros grupos del #MovimientoIndígena, que avanzaban por el sur de Pichincha, al barrio Sto. Tomás.
Representantes de Carchi llegan en caravana: ‘No somos delincuentes somos gente del campo que está cansada de los abusos’, se escucha pic.twitter.com/mI44gyvCtn
— INREDH (@inredh1) June 20, 2022
Y hay otro Quito indiferente, rentero de lo que sea; ni chicha ni limonada, dirían los abuelos, pero al menos es bueno que lo que no ayuda no estorbe.
Pero hay otro Quito, un Quito de la alegría y solidaridad, un Quito de los barrios inmensos; un Quito de las caucaras, del chicle de los pobres, del futbol en tierra; ese Quito que en las fiestas golpea la tierra con sus zapateos, como queriendo despertarla para darle un abrazo. Y es ese Quito el que se volcó a las calles por donde llegaría la marcha indígena en la noche del 20 de junio.
Al sur ya no se ve dónde inicia Quito, o dónde inicia lo que llamamos cantón Quito. Quizá sea en Caupicho, ese barrio gigante que se cerró completamente para salir a la avenida Maldonado a esperar, porque decían que ya vienen, que están en Cutuglagua, que están en la escuela Riobamba, que ya pasaron un cerco, que ahí viene también el Leonidas. Dos mujeres mayores llevan un cartel “Dios te llene de bendiciones Leonidas”, dice. Mientras tanto en una casa cualquiera están recogiendo alimentos para los que ya vienen. “Centro de acopio para nuestros hermanos indígenas”, dice un letrero. ¿Hermanos? ¿Y no es que eran los salvajes que vienen a destruir Quito? A otro perro con ese hueso, parece decir la multitud que espera.
Llegan unos veinte camiones llenos de indígenas. Se alegra la gente que estaba esperando. Se bajan los músicos con guitarras, bombos y acordeones, hay intervenciones con un megáfono. Hay que esperar, dicen los dirigentes de esta primera caravana. Mientras tanto unas treinta motos con banderas tricolor empiezan a ir de arriba – abajo motivando a la gente.
Finalmente llega la caravana principal. Son unos tres kilómetros de camiones, camionetas, algunos autos viejos que ya serían para colección; todos llenos de indígenas. Son los camiones que nos despiertan en el barrio con sus letanías de compro chatarra, papa chola fresca; son los camiones que se paran a las entradas de los barrios con su lleve caserita las legumbres frescas: una legión de camiones que recorren el país comprando y vendiendo. La gente de Caupicho baila mientras pasa la caravana, luego empiezan a caminar detrás de los autos que avanzan por la avenida Maldonado.
En Bella Aurora hay más gente; unos niños bailan y gritan de alegría; una niña hace bailar a su perro, la demás gente suena cornetas y alza carteles. Desde la multitud vuelan botellas de agua y galletas hacia los camiones; una señora da agüita caliente. Este es otro Quito. El puente de la Morán Valverde está abarrotado, arriba y abajo. En los conjuntos habitacionales aplauden desde las ventanas. Este es otro Quito.
El cuartel Eplicachima en San Bartolo está bloqueado por una multitud. Hay mujeres, hay jóvenes, hay viejos con sus viejas banderas, hay vendedores de cornetas y paraguas. Un graderío sirve de tarima para aplaudir la caravana. Decenas de letreros de bienvenida.
A la altura del Centro Comercial El recreo, unas adolescentes emo empiezan a lanzar gaseosas a los camiones, un chico salta y su cabello negro parece exultar toda la felicidad que hay en su interior. Desde ahí hasta la avenida Napo, pasando por la Villaflora, hay una calle de honor con miles de gente que también son de Quito, pero que no aparecen en los noticieros. Esta gente de Quito mira a los indígenas como sus héroes y les rinden tributo como tales. Una señora llora en el redondel de Luluncoto. Su hijo la abraza mientras eleva un cartel. “Bienvenidos hermanos”.
En la Universidad Central están los estudiantes que han derribado las puertas para que puedan pasar los indígenas a sus predios, mientras en la Salesiana hay una batalla con la policía y los militares que desean impedir que los indígenas lleguen también a esa universidad.
Mientras tanto la televisión sigue hablando de los salvajes; las autoridades racistas y sus corifeos siguen hablando de un tal Leonidas Iza que ya debería estar preso por tanto desmán que ha venido a provocar en la franciscana ciudad de Quito, en la que las élites hace rato que son una minoría y no se han dado cuenta y no quieren darse cuenta de que Quito es profundamente indígena.
Escritor, comunicador social y administrador de empresas; analista en geopolítica y derechos humanos y de los pueblos; articulista periódico de revistas internacionales y actual coordinador ejecutivo de la Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (Inredh)
*Luis Ángel Saveedra Sáenz. Escritor, comunicador social y administrador de empresas; analista en geopolítica y derechos humanos y de los pueblos; articulista periódico de revistas internacionales y actual coordinador ejecutivo de la Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (Inredh).