Félix Guattari / Revista NADA |
20/03/2015 |
Para acabar con la masacre del cuerpo |
Ponemos en su consideración el artículo “Para acabar con la masacre del cuerpo”, de Felix Guattari, publicado en la Revista NADA, en la que aborda la necesidad de reprimir los deseos y la sexualidad en base a una normativa moral, con el fin de propiciar la reproducción capitalista y como un elemento que identifica a los regímenes totalitarios; esto a propósito del Plan Familia Ecuador y su visión moralista sobre la conducta sexual de las ecuatorianas y ecuatorianos.
Cuales sean las pseudotolerancias de que haga alarde, el orden capitalista bajo todas sus formas (familia, escuela, fábricas, ejército, códigos, discursos…) continúa sometiendo toda la vida deseante, sexual, afectiva, a la dictadura de su organización totalitaria fundada sobre la explotación, la propiedad, el poder masculino, la ganancia, el rendimiento…
Infatigablemente, continúa su sucio trabajo de castración, de aplastamiento, de tortura, de cuadrilaje del cuerpo para inscribir sus leyes en nuestras carnes, para clavar en el inconsciente sus aparatos de reproducción de la esclavitud.
A fuerza de retenciones, de éxtasis, de lesiones, de neurosis, el Estado capitalista impone sus normas, fija sus modelos, imprime sus caracteres, distribuye sus roles, difunde sus programas… Por todas las vías de acceso en nuestro organismo, sumerge en lo más profundo de nuestras vísceras sus raíces de muerte, confisca nuestros órganos, desvía nuestras funciones vitales, mutila nuestros goces, somete todas las producciones vividas al control de su administración patibularia. Hace de cada individuo un lisiado, cortado de su cuerpo, extranjero a sus deseos.
Para reforzar su terror social experimentado como culpabilidad individual, las fuerzas de ocupación capitalista con su sistema cada vez más refinado de agresión, de incitación, de chantaje, se ensañan en reprimir, en excluir, en neutralizar todas las prácticas deseantes que no tienen por efecto reproducir las formas de la dominación.
Así se prolonga indefinidamente el reino milenario del goce desdichado, del sacrificio, de la resignación, del masoquismo instituido, de la muerte: el reino de la castración que produce al sujeto culpable, neurótico, laborioso, sumiso explotable.
Este viejo mundo que por todas partes apesta a cadáver, nos horroriza y nos convence de la necesidad de llevar a cabo la lucha revolucionaria contra la opresión capitalista en el lugar en el que está más profundamente arraigada: en lo vivo de nuestro cuerpo.
Es el espacio de este cuerpo con todo lo que produce de deseos al que queremos liberar de la influencia extranjera. Es en este lugar que queremos trabajar para la liberación del espacio social. No hay frontera entre los dos. YO me oprimo porque YO es el producto de un sistema de opresión extendido a todas las formas la vida.
La conciencia revolucionaria es una mistificación siempre que no pasa por el cuerpo revolucionario, el cuerpo productor de su propia liberación.
Son las mujeres en rebelión contra el poder masculino —implantado durante siglos en sus propios cuerpos—, los homosexuales en rebelión contra la normalidad terrorista, los jóvenes en rebelión contra la autoridad patológica de los adultos, quienes han comenzado a abrir colectivamente el espacio del cuerpo a la subversión y el espacio de la subversión a las exigencias inmediatas del cuerpo.
Son ellas, son ellos, quienes han comenzado a desafiar el modo de producción de los deseos, las relaciones entre el goce y el poder, el cuerpo y el sujeto, tales que funcionan en todas las esferas de la sociedad capitalista e incluso en los grupos militantes.
Son ellas, son ellos, quienes han quebrado definitivamente la vieja separación que divide a la política de la realidad experimentada para el máximo beneficio de los gerentes de la sociedad burguesa como de aquellos que pretenden representar a las masas y hablar en su nombre.
Son ellas, son ellos, quienes han abierto los canales de la gran sublevación de la vida contra las instancias de muerte que no cesan de insinuarse en nuestro organismo para someter cada vez más sutilmente la producción de nuestras energías, de nuestros deseos, de nuestra realidad, a los imperativos del orden establecido.
Una nueva línea de ruptura, una nueva línea de ataque más radical, más definitiva, es trazada, a partir de la cual se redistribuyen necesariamente las fuerzas revolucionarias.
Ya no podemos soportar que se nos robe nuestra boca, nuestro ano, nuestro sexo, nuestros nervios, nuestros intestinos, nuestras arterias… para hacer las piezas y las labores de la innoble mecánica de la producción del capital, de la explotación y de la familia.
Ya no podemos permitir que se hagan de nuestras mucosas, de nuestra piel, de todas nuestras superficies sensibles, de las zonas ocupadas, controladas, reglamentadas, prohibidas.
Ya no podemos soportar que nuestro sistema nervioso sirva de transmisor en el sistema de explotación capitalista, estatal, patriarcal, que nuestro cerebro funcione como una máquina de suplicios, programada por el poder que nos cerca.
Ya no podemos sufrir el liberar, al retener nuestras cogidas, nuestra mierda, nuestra saliva, nu
estras energías, conforme a las prescripciones de la ley y sus pequeñas transgresiones controladas: Queremos hacer trozos al cuerpo frígido, al cuerpo encarcelado, al cuerpo mortificado, que el capitalismo no cesa de querer construir con los desechos de nuestro cuerpo viviente.
Este deseo de liberación fundamental, que permite introducirnos a una práctica revolucionaria, llama a que salgamos de los límites de nuestra “persona”, a que trastornemos en nosotros mismos al “sujeto” y a que salgamos de la sedentariedad, del “estado civil”, para atravesar los espacios del cuerpo sin fronteras y vivir así en la movilidad deseante más allá de la sexualidad, más allá de la normalidad, de sus territorios, de sus agendas.
Es en este sentido que algunos de nosotros hemos sentido la necesidad vital de liberarnos en común de la influencia que las fuerzas de aplastamiento y de captación del deseo han ejercido y ejercen sobre cada uno de nosotros en particular.
Todo aquello que hemos vivido sobre el modo de la vida personal, íntima, lo hemos tratado de abordar, explorar y vivir colectivamente. Nosotros queremos derrumbar el muro de concreto que separa, en interés de la organización social dominante, el ser del parecer, lo dicho de lo no-dicho, lo privado de lo social.
Hemos comenzado a descubrir juntos toda la mecánica de nuestras atracciones, de nuestras repulsiones, de nuestras resistencias, de nuestros orgasmos, a llevar al conocimiento común el universo de nuestras representaciones, de nuestros fetiches, de nuestras obsesiones, de nuestras fobias. “Lo inconfesable” ha devenido, para nosotros, materia de reflexión, de difusión y de explosiones políticas, en el sentido en que la política manifiesta, dentro del campo social, las aspiraciones irreductibles de “lo viviente”.
Hemos decidido romper el insoportable secreto que el poder hace caer sobre todo cuanto toca al funcionamiento real de las prácticas sensuales, sexuales y afectivas, así como lo hace caer sobre el funcionamiento real de toda práctica social que produce o reproduce las formas de la opresión.