Las deudas de la Revolución Ciudadana
Gabriela Bernal Carrera
14/02/11
El recuerdo más claro que tengo de hace 20 años, son los grafitis que inundaron Quito durante y después del Gran Levantamiento de Junio de 1990. Con rojo y negro estaba escrito por todas las paredes de la ciudad:
“Amo lo que tengo de indio”. Me pregunto si quienes hicieron aquellas pintas, hoy son funcionarios de la Revolución Ciudadana y cuánto siguen amando lo que tienen de indios.
En estos últimos tiempos, cuando se ha endilgado a muchas personas, especialmente dirigentes indígenas los términos de terroristas y saboteadores, vale la pena preguntarse cuánto se logró socavar en la sociedad ecuatoriana, a lo largo de los últimos 20 años, el racismo colonial que nos pesa históricamente. Porque más allá de las coyunturas que se suceden una tras otra desde hace cuatro años, hay una constante desde inicios del actual gobierno y es su total incapacidad para entender la realidad del mundo indígena, aunque para ser más precisa, debería hablar de los mundos indígenas.
Entre los adjetivos calificativos que ha usado el actual gobierno para referirse a los pueblos indígenas y sobre todo a sus dirigentes, hay una variedad interesante: ponchos dorados, roscas, terroristas, malos dirigentes, entre otros. No sé si el presidente Correa, que se ufana de haber sido voluntario en Zumbahua durante un año, compartirá el criterio de varios de sus colaboradores, algunos encargados directamente de trabajar y “negociar” con las organizaciones indígenas, de que “el problema de los indios comenzó el día que les quitamos la pata del cuello”, como se le escapó a uno de ellos, con algunas copas de más. Coincidentemente, este fin de semana me comentaba alguien su preocupación de que varias personas habían usado la misma metáfora, la de quitar el pie del cuello, para referirse a la incapacidad de establecer un diálogo real con los dirigentes de las organizaciones indígenas.
Personalmente, he sido crítica al gobierno y al “Proceso” en múltiples aspectos, pero considero que si existe una deuda que ha adquirido el presente gobierno con la historia de este país, es la reactualización del racismo. Para quienes vivimos el antes y el después del Gran Levantamiento de 1990, era plausible el cambio que se dio en la sociedad en cuanto al racismo. Hace muchos años que no oíamos decir en foros públicos: indios de mierda, indios rosca, o indios sucios, o indio has de ser. Pero la cotidianidad doméstica es otra cosa, ahí estaba el núcleo duro del racismo; ahí seguía enquistado y esperando la oportunidad de volver a invadir los espacios públicos. Y volvió, está aquí de vuelta de mano (aunque debería decir de la lengua suelta) de los discursos oficiales, de las imágenes repetidas en noticieros. ¡Qué poco aprendimos como sociedad en estos 20 años!
Políticamente la famosa partidocracia se acostumbró a que el Movimiento Indígena se convirtiera en la caja chica de cualquier movida política: se necesitaba gente para apoyar cualquier causa: ahí estaban ciertas ONGs (cuyos directivos hoy forman parte de la burocracia del siglo XXI), trayendo a “sus indios” para generar presión, de acuerdo con sus intereses. Y lo escribo porque lo oí y lo viví. Pero ¿cuántas de estas personas, que laboraron y usufructuaron a nombre de los proyectos de desarrollo, aprendieron algo del mundo indígena? ¿cuántas aprendieron a amar lo que tenemos de indios e indias, sobretodo? Muchos pasaron por Zumbahua, pero Zumbahua pasó por muy pocos de ellos, como me decía alguien hace tiempo. De resistir al neoliberalismo realmente se ocupó el Movimiento Indígena; de cambiar los soportes del racismo no se ocupó nadie, porque era más fácil vivir del cuento y llegar a la casa y mantener al patrón, macho y blanquito al frente de los asuntos de la casa, como siempre.
Lo del terrorismo es una innovación del 2001, que no se agradece y que se suma al discurso desarrollista de los más insignes pensadores de este país. Pero hoy, los discursos oficiales reproducen la idea que a la democracia, se oponen los terroristas, de que el mundo indígena está opuesto a la modernidad y que en suma lo indígena está estático e inmutable. Las visiones racistas que ubican al mundo indígena enfrentado a la modernidad, desconocen las riquísimas dinámicas internas que promueven otras modernidades; fecundos procesos que han planteado y vivido, contra o por debajo del estado, otras formas de ser modernos.
Dice el refrán: no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. La reactualización del racismo es una de
uda que indudablemente será cobrada, más temprano que tarde.