Ecuador ha experimentado un proceso de conflictos internos, y en el 24 el gobierno declaró al país en conflicto armado interno, una situación de violencia dentro de un Estado, caracterizada por enfrentamientos prolongados entre fuerzas gubernamentales y grupos armados organizados (Paredes, 2024). Esta situación, relacionada con el narcotráfico, el crimen organizado y la delincuencia, ha generado altos niveles de violencia tanto en las calles como en las cárceles. A lo largo de la historia, el conflicto armado ha marcado profundamente la identidad humana, influyendo en la forma en que se piensa, percibe y siente la realidad.
En Ecuador, este conflicto afecta a la salud mental de las personas, lo que aumenta con información en medios de comunicación y redes sociales, que amplifican la percepción de inseguridad y refuerzan el miedo colectivo. El aumento de crímenes, extorsiones, asesinatos y robos, así como la proliferación de grupos de delincuencia organizada, ha tenido un impacto significativo en la salud mental de la población. Las personas expuestas directamente a la violencia y quienes viven bajo la percepción constante de inseguridad experimentan un deterioro en su bienestar. La percepción de un Estado incapaz de garantizar seguridad y protección genera una crisis de confianza en las instituciones, promoviendo sentimientos de abandono y desprotección en la ciudadanía.
La estigmatización y la marginalización emergen como fenómenos omnipresentes que afectan profundamente la estructura social y el bienestar psicológico de las poblaciones afectadas (Cuadro, Montoya, & Romero, 2020). La estigmatización implica la asignación de etiquetas negativas a individuos o grupos basadas en características percibidas o reales, colocándolos en una posición de desventaja y discriminación, lo que contribuye a la desintegración del tejido social en las comunidades afectadas (García-Vélez & Contreras, 2019). Por otro lado, la marginalización relega a ciertos grupos a los márgenes de la sociedad, privándolos de acceso a recursos, oportunidades y participación en la vida comunitaria (Day, 2021). Esta exclusión social resulta especialmente perjudicial para quienes han vivido situaciones de violencia, pues pierden el sentido de pertenencia y apoyo.
Además, el ser humano posee adaptaciones cognitivas diseñadas para evitar contactos sociales considerados negativos. Estos procesos, en particular el estigma, refuerzan la tendencia a unirse a grupos cooperativos y a evitar a personas percibidas como amenazas o que podrían representar características indeseables (Muñoz, 2018). En el caso de personas afectadas por la criminalidad o la violencia, el estigma social se acentúa; quienes han tenido contacto con grupos delictivos o habitan en zonas con alta presencia de estos grupos suelen enfrentar rechazo y discriminación por parte de otros sectores de la sociedad, que los perciben como posibles amenazas o cómplices de actividades ilícitas. Este estigma limita las oportunidades de reintegración y acceso a apoyo comunitario, lo que perpetúa ciclos de exclusión y violencia.
Desde el punto de vista psicológico, existe un impacto intergeneracional en los niños y adolescentes que crecen en contextos de conflicto armado. No solo están expuestos a la violencia, sino que también internalizan el miedo, la inseguridad y el rechazo experimentados por sus familias. Este fenómeno afecta su manera de interpretar el mundo y sus relaciones, ya que los síntomas de ansiedad, estrés y conductas de evitación en los adultos influyen directamente en el desarrollo emocional de los menores.
Además, la constante exposición a la violencia ha generado una “normalización” de la criminalidad en ciertos sectores, particularmente entre los jóvenes en contextos de violencia urbana y comunidades con presencia del crimen organizado. Esta normalización implica que muchas personas ven la violencia como parte inevitable de su entorno, lo cual disminuye su sensibilidad ante actos delictivos y fomenta una actitud de resignación y apatía.
Este fenómeno es alarmante, ya que muchos jóvenes pueden llegar a percibir el crimen como una vía de escape o medio de subsistencia, especialmente ante la falta de oportunidades y el vacío institucional en sus comunidades. La exposición prolongada a entornos violentos y la ausencia de referentes positivos dificultan el desarrollo de una identidad saludable, aumentando el riesgo de que estos jóvenes se integren a grupos delictivos y perpetúen el ciclo de violencia y criminalidad.
La percepción del conflicto armado y el aumento de la criminalidad en Ecuador se ve reforzada por los medios de comunicación y redes sociales, que juegan un papel crucial en el impacto psicológico sobre la población. Plataformas como X (antes Twitter), Instagram, TikTok, Facebook y WhatsApp han ampliado el acceso a la información, pero también han intensificado el miedo, la ansiedad y la sensación de inseguridad (Mollo-Torrico, 2023). La cobertura de hechos violentos, historias de víctimas y la constante repetición de imágenes y titulares alarmantes contribuyen a la internalización de una amenaza constante, afectando profundamente la experiencia psicológica de las personas. Este enfoque sensacionalista (Cerbino, 2005) incrementa la percepción de inseguridad, haciendo que el peligro parezca inminente y presente en todo momento. Para muchas personas, esto se traduce en síntomas de angustia, insomnio, pensamientos negativos y un estado de alerta excesiva, al percibir el crimen como omnipresente y siempre amenazante.
Las redes sociales han acelerado la circulación de noticias y rumores, generando una sensación de inmediatez e intensidad en la información (Vega Cocha et al., 2024) Esto incrementa la percepción de inseguridad, ya que las personas reciben noticias de eventos violentos en tiempo real, lo que les hace sentir que el riesgo está más cerca de lo que realmente está. Esta sobreexposición a contenido sobre crímenes y violencia promueve un estado de hipervigilancia y preocupación constante, elevando los niveles de ansiedad y estrés en la población (Mollo-Torrico, 2023). La naturaleza visual de estas plataformas amplifica la sensación de cercanía al evento violento, provocando reacciones emocionales intensas y desconfianza en la seguridad pública.
Las consecuencias psicológicas de los conflictos armados en Ecuador incluyen un aumento significativo de trastornos mentales como el trastorno de estrés postraumático (TEPT), la ansiedad y la depresión en personas que han sido testigos o víctimas de crímenes violentos. La exposición constante a la violencia desencadena hiperalerta y reexperimentación de eventos traumáticos, lo que lleva a revivir las situaciones de amenaza vividas. Se presentan síntomas psicosomáticos, como dolores de cabeza, problemas gastrointestinales, tensión muscular y fatiga crónica, que son manifestaciones físicas del estrés y el trauma (Cudris-Torres et al., 2019; Cudris-Torres & Barrios-Núñez, 2018).
El aumento de la violencia y la inseguridad también ha generado altos niveles de ansiedad y estrés crónico. Quienes viven en zonas urbanas o rurales con alta criminalidad enfrentan una amenaza constante que les dificulta relajarse, dormir y realizar actividades diarias sin temor. Este estrés prolongado se manifiesta en síntomas como insomnio, irritabilidad, falta de concentración y, en algunos casos, problemas de salud física como hipertensión y trastornos cardiovasculares (Cudris-Torres & Barrios-Núñez, 2018).
La percepción de ser potenciales víctimas de robos, extorsiones o ataques afecta especialmente a sectores vulnerables, como comerciantes, transportistas y familias de barrios donde la violencia es más visible. Las personas que han sufrido agresiones o han presenciado asesinatos experimentan reexperimentación traumática en forma de flashbacks, pesadillas y un estado de hipervigilancia ante cualquier señal que perciban como amenaza (Ruiz-Pérez, 2022). Además, muchas víctimas de extorsiones desarrollan temor a retomar sus actividades, lo que afecta su vida cotidiana e impide la recuperación de la normalidad.
En conclusión, los conflictos armados internos en Ecuador han dejado una marca profunda en la salud mental de las personas afectadas. Para abordar estas secuelas, es crucial implementar intervenciones psicosociales integrales que consideren tanto las necesidades individuales como colectivas. El estigma y la marginalización intensifican el sufrimiento de las víctimas y fragmentan el tejido social, perpetuando un ciclo de exclusión y violencia que afecta a futuras generaciones.
Los efectos psicológicos de la violencia e inseguridad abarcan desde la ansiedad y el estrés postraumático hasta la erosión del sentido de comunidad y la normalización de la criminalidad en algunos sectores. Los medios de comunicación y redes sociales han exacerbado estos efectos al crear un clima de miedo y desconfianza generalizada. La constante difusión de noticias sobre crímenes, el enfoque sensacionalista y la exposición visual intensa amplifican la ansiedad, el estrés y la preocupación de la ciudadanía. Además, contribuyen a la estigmatización de ciertos grupos, dificultando la cohesión social y aumentando el malestar psicológico en las comunidades afectadas.
Frente a esta realidad, es fundamental fomentar una comunicación responsable y desarrollar intervenciones que promuevan la interpretación crítica de la información sobre violencia. Como menciona Pons (2010), las personas pueden ser vistas no solo como receptores de estímulos, sino como constructores activos de significados, organizados dinámicamente en torno a procesos de interacción social.
Referencias bibliográficas
Cerbino, P. M. (2005). ÉTICA Y SENSACIONALISMO EN EL PERIODISMO DIGITAL. FLACSO-Ecuador, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. https://biblioteca.clacso.edu.ar/Ecuador/flacso-ec/20121023114524/cerbino.pdf
Cudris-Torres, L., & Barrios-Núñez, Á. (2018). Malestar psicológico en víctimas del conflicto armado***. CS, 26, 75–90.
Cudris-Torres, L., Pumarejo-Sánchez, J., Barrios-Núñez, Á., Bahamón, M. J., Alarcón-Vásquez, Y., & Uribe, J. I. (2019). Afectaciones psicológicas en víctimas del conflicto armado. Archivos Venezolanos de Farmacología y Terapéutica, 38(5), 391.
Mollo-Torrico, J. P. (2023). NOTICIAS FALSAS Y SU EFECTO EN LA SALUD MENTAL. Punto Cero, 28(46), 25–34. https://doi.org/10.35319/puntocero.202346197
Muñoz, M. (2018). Guía de Buenas Prácticas Contra el Estigma. Estudio de Indicadores y Propuesta de una Escala (2° Edición). Cátedra UCM-Grupo 5 Contra el Estigma.
Ruiz-Pérez, J. I. (2022, septiembre 22). Los efectos que la inseguridad y el miedo al crimen generan en las personas. Periódico UNAL. https://www.periodico.unal.edu.co/articulos/los-efectos-que-la-inseguridad-y-el-miedo-al-crimen-generan-en-las-personas
Vega Cocha, D. P., Vásquez Chicaiza, F. P., Guevara Guevara, A. M., Maldonado Palacios, I. A., & Maldonado Arce, M. E. (2024). Desinformación en la era digital: El papel de las redes sociales en la propagación de noticias falsas durante conflictos globales. LATAM Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades, 5(2). https://doi.org/10.56712/latam.v5i2.1865

Dayanna Mullo
Psicóloga Clínica Egresada de la Universidad Central del Ecuador, comprometida con la promoción del bienestar y la equidad social. Mi propósito es buscar una buena calidad de vida para las personas con un enfoque de género y derechos humanos. Realicé un voluntariado en el área de fortalecimiento de INREDH en 2024. Actualmente soy miembro activo de la Asociación Scout del Ecuador.
