Natalia Sierra |
23/12/2008 |
Los crímenes no se olvidan ni se perdonan con la muerte del genocida |
Por la vida de mi hermana Sayonara
Es mi obligación ético, histórica y humana declarar mi profundo malestar por la muerte del social cristiano León Febres Cordero, hecho lamentable que impide al pueblo ecuatoriano castigar en vida, con todo el peso de la sanción judicial, penal, moral, ideológica, cultural, a uno de los mayores criminales que ha existido en la historia de este país; al peor criminal político de los últimos 30 años de régimen democrático en el Ecuador.
Es, por decir lo menos, triste las expresiones de dolor que ciertos ecuatorianos, parte de este pueblo, han manifestado por la muerte del criminal. Actitudes que muestra dos pecados ético-políticos imperdonables:
a) por un lado, la frágil memoria histórica de la que padecemos los pueblos y que ha sido la responsable de que seamos, de una u otra forma, cómplices de nuestra propia tragedia histórica como pueblos oprimidos,
b) la vocación de siervos acostumbrados a besar la mano del patrón que nos esclaviza, heredada desde la época colonial y de la que no se ha podido liberar la totalidad del pueblo ecuatoriano, a pesar de todos los procesos de resistencia y lucha en contra del colonialismo. Quiero creer que son pocas las personas que sufren de alzheimer político y que continúan manteniendo una actitud servil, es decir que son pocas las personas que sufren la muerte del genocida Febres Cordero.
Que la oligarquía llore y se lamente por la muerte de uno de sus capos, es absolutamente entendible, normal y coherente con su clase y su ideología; que los medios de comunicación, propiedad de la oligarquía, hagan histriónicas demostraciones de dolor ante el fallecimiento de su patrón se entiende, es parte del espectáculo ideológico ante el pueblo; que la derecha encubierta en el Gobierno de Alianza País se acoja a los protocolos de la democracia liberal y en un acto “políticamente correcto” dé sus condolencia por la muerte del genocida, también es entendible, así funciona el sistema y los que creen en él tienen que jugar sus reglas.
Lo sorprendente es la actitud de los integrantes del gobierno que aún siguen autoproclamándose de izquierda, los mismos que, cuando militaban en los movimientos de izquierda de los años 80s, fueron víctimas de la persecución política del tirano. A qué se debe su silencio frente a las contradicciones de su Gobierno, que: por un lado pide perdón por los crímenes cometidos por el Estado ecuatoriano desde el retorno a la democracia y básicamente aquellos cometido por el canalla Febres Cordero y por el otro, a través de su Asamblea Nacional, donde la mayoría de sus integrantes, pertenecientes al partido de Gobierno se autoproclaman de izquierda, declare tres días de duelo nacional por la muerte del responsable de las peores atrocidades violatorias a los derechos humanos cometidas por el Estado ecuatoriano en los últimos 30 años.
Ningún argumento, sea político, moral, cultural o ideológico que se use para defender las condolencias que el Gobierno ha presentado por la muerte del genocida, puede ocultar la complicidad de éste acto con la política criminal dirigida por Febres Cordero en su gobierno.
Ante los ojos del mundo entero, excepto de neofascistas, cualquier acto que muestre dolor por la muerte de los genocidas de la historia del Siglo XX, pensemos en Hitler, Pinochet, Mussolini, Videla, Somoza, Batista, etc., tendría inmediatamente el juicio ético condenatorio de toda la comunidad planetaria que medianamente ha asumido la parte emancipadora de la modernidad, expresada en sus derechos humanos. Sin embargo aquí, el Estado, “representante de la voluntad popular”, no solo que no ha condenado públicamente los actos cometidos por el socialcristiano en contra del pueblo, sino que da signos de “dolor” por su muerte. Cómo se puede entender esta actitud, cómo se puede entender que muchos integrantes del gobierno actual que fueron víctimas de las persecuciones, desapariciones, torturas, allanamientos y violaciones cometidas por Febres Cordero, hoy frente a las condolencias del Gobierno mantengan un silencio cómplice.
Encuentro dos posible explicaciones:
1. La participación dentro del Estado afectó la memoria histórica de una gran parte de los nuevos funcionarios estatales, que fueron víctimas del terrorismo político y social del Gobierno Febrecorderista. Quizás su nueva condición de funcionarios del Estado les “obliga” a ser cómplices de la estructura represiva del mismo y de los usos que históricamente los gobiernos que se han sucedido han hecho de ella, y fundamentalmente el gobierno social cristiano. Quizás el dirigir ahora el Estado les confraterniza con los antiguos enemigos políticos, enemigos de clase, que en su momento ocuparon sus sillas. Lo cierto es que domina en los actuales representantes políticos del país, autoproclamados de izquierda, la ideología cínica más pura del capitalismo y la democracia liberal.
2. La doble moral del catolicismo y el humanismo moderno les tiene sometidos hasta el punto de perder el último rasgo de dignidad. Porque ya estoy escuchando el argumento católico-humanista implícito en las muestra de solidaridad del Ejecutivo y del legislativo frente a la muerte del canalla: frente al lecho de muerte de cualquier ser humano hay que “olvidar” sus crímenes y solidarizarse con su agonía y muerte, al fin y al cabo frente a la muerte se perdonan todas las pequeñas equivocaciones y frente a la muerte se acaban las diferencias políticas que nos separa y podemos fraternizar. Que bien, que actitud más cristiana y humana, somos tan humanistas y cristianos que somos capaces de perdonar al asesino de más de una centena de ecuatorianos que, en su legítimo derecho a la resistencia y a la rebeldía, denunciaron las injusticias sociales, los atracos económicos, los desfalcos públicos, las violaciones a los derechos humanos y otros crímenes cometido por el gobierno de Febres Cordero, razón por la que fueron perseguidos, torturados y asesinados, perdonar al asesino de los hermanos Restrepo, dos adolescente brutalmente asesinados en su régimen sin ningún argumento ni motivo, solo por la pura brutalidad de la política gubernamental de Febres Cordero, perdonar al representante de uno de los gobiernos más nefastos de este país en el ámbito económico, político y social. Que bien, hemos cumplido nuestro compromiso católico-cristiano y humanista y, como toda muerte, ésta nos reconcilia como nación, perdonándonos y fraternizando con los verdugos. Que ideología cínica moralista, que doble moral tan nauseabunda, que poca dignidad.
Nosotros no olvidamos ni perdonamos a los genocidas y su muerte no los absuelve