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Manifiesto Mónica Chuji

Por Super User
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Mónica Chuji

13/05/2014

En los momentos más dolorosos, nuestra apuesta siempre ha sido por la vida

 

En los momentos más dolorosos, nuestra apuesta siempre ha sido por la vida

Mónica Chuji[1]

Los pueblos indígenas atravesamos momentos dramáticos, momentos que definirán nuestra sobrevivencia como nacionalidades y pueblos; o nuestra incorporación, sin beneficio de inventario, en la modernidad que se nos presenta como única alternativa de vida. Estas circunstancias exigen que pensemos en el camino que hemos recorrido, que lo evaluemos, que lo critiquemos; que asumamos los fracasos al igual que los éxitos y las metas conseguidas. No somos los de ayer, pero tampoco somos lo que ayer nos soñamos.

 

Hace algunos años pensamos que el concepto de Estado Plurinacional comprendía un nuevo horizonte emancipatorio y nos comprometimos en una lucha de resistencia por descolonizar la política y la democracia; por exigir el reconocimiento constitucional del Estado Plurinacional. Pero nos extraviamos en los laberintos del liberalismo; en esos laberintos de leyes, derechos y garantías, perdimos de vista el pragmatismo del poder y lo dejamos hacer; y perdimos de vista el principio de realidad de la acumulación del capital que, en definitiva, tiende a direccionar el accionar político, incluso de los políticos a quienes encargamos nuestra representación en el seno de un movimiento que lo concebimos como plurinacional y que, a la postre, reinventó las taras de los caudillismos liberales.

 

La historia nos muestran que en el capitalismo siempre se cumple el peor de los escenarios: la depredación ambiental, el genocidio de los pueblos indígenas, la exclusión de los pobres; por ello, una transformación en un contexto de derechos y garantías implica el debate sobre lo que verdaderamente significan la ley y el derecho, en el marco de la política extractiva y la desposesión.

 

A través de los años hemos aprendido a desconfiar de los discursos del poder, esa desconfianza se ha ratificado en estos años de Revolución Ciudadana. Somos testigos de una violencia soterrada en nuestro país y en nuestro continente. Nuestros territorios han sido subastados al capital internacional, en especial al chino, a pretexto de diversificar la inversión extranjera.

 

Nuestros pueblos han sido sometidos al colonialismo del siglo XXI. Nuestros saberes han sido nuevamente destruidos. Todo el proceso de educación intercultural bilingüe y todas las escuelas comunitarias que construimos con tanto esfuerzo han desaparecido de un plumazo.

 

La salud intercultural, que intentaba recuperar un sentido del cuerpo humano en armonía con la vida y el cosmos, se ha transformado en una práctica de medicalización y mercantilización, manejada directamente por las grandes corporaciones transnacionales de la salud y sus vasallos locales.

 

La última reserva de biodiversidad de nuestro país y nuestra herencia para las futuras generaciones, el Yasuní, será devastada bajo el argumento de “desarrollo con una mínima huella”, y sin que importe los procesos democráticos que garantizan la participación ciudadana a través de una consulta popular. Casi 760 mil firmas que exigen una consulta sobre la explotación petrolera en el Yasuní han sido desechadas, demostrándose así la omnipresencia del poder central.

 

La comunidad Sarayaku es acusada de separatista y de contar con grupos “paramilitares”, discurso que, a mi juicio, tiene el propósito de desprestigiar la lucha de todo el movimiento indígena y convencer a la población ecuatoriana con propaganda mediática que la afirmación del poder es verdad.

 

Se afirma que Sarayaku quiere ser otro estado porque incluso ellos nombran a su teniente político, el que debe ser nombrado desde el gobierno central. ¡Qué mejor que una comunidad nombre a las autoridades de enlace con el gobierno central valorando sus capacidades ante la comunidad y ante las relaciones con el gobierno!. Todas nuestras comunidades deberían asumir este ejemplo.

 

El Código Orgánico Integral Penal es una máquina de represión en la que ahora todos somos culpables y deberemos demostrar nuestra inocencia. Si somos culpables caeremos en las garras del nuevo modelo penitenciario que aísla al reo de la realidad y la familia. Una hora y media de visita a la semana y bajo la discreta vigilancia del celador, será el único contacto con la vida y la libertad.

 

Yachay, la ciudad del conocimiento, es la expresión de la forma en que se ha desarticulado el sistema universitario para dar patente de corso a la biopiratería y a la colonialidad de nuestros saberes. Hay una ley de comunicación que tiene como objetivo controlar al pensamiento. Todo ello en medio de un “aparato de propaganda” que no deja espacio para la reflexión, el debate y la crítica.

 

Definitivamente, son momentos tensos, complejos, difíciles para las nacionalidades indígenas. Quizá un ejemplo de esos momentos que estamos viviendo sean las Ciudades del Milenio que el gobierno de las “manos limpias y los corazones ardientes” ha construido “con infinito amor” en Pañacocha y en Playas del Cuyabeno, y tiene la intención de construir alrededor de doscientas más de estas Ciudades del Milenio. Creo que hay que decirlo con todas las letras, esas Ciudades del Milenio son verdaderos campos de concentración para encerrar a nuestros pueblos y desalojarlos de sus territorios.

 

¿Qué hacer? Pienso que es el momento de reinventarnos. El movimiento indígena siempre fue y será la reserva ética de nuestro país y del mundo. Su horizonte de emancipación y utopía no puede resignarse ni negociarse con ningún gobierno. Hay cosas que no se negocian y la utopía es una de ellas. En los pueblos indígenas está latente esa utopía tan necesaria y fundamental para salir del capitalismo.

 

Estos años me han hecho pensar en el verdadero significado, tanto de la Revolución Ciudadana cuanto de los denominados “gobiernos progresistas” del continente, es eliminar las utopías; ahora creo que todos ellos en realidad buscan eliminar esa utopía y restaurar el capitalismo como fin de la historia. Por ello creo que ahora debemos ser más radicales que nunca.

 

En esta oportunidad creo que el movimiento indígena ecuatoriano, y la CONAIE, necesita una reinvención de sus discursos, de su propuesta política. Debemos ser radicales y volver a nuestras bases programáticas, al plan de gobierno que nos heredaron nuestros mayores, esos luchadores históricos que se construyeron en la resistencia, la movilización y la propuesta… y sobre todo, que no se dejaron tentar por la comunidad de los puestos gubernamentales, a pesar de, con todo derecho, haber pasado por ellos

Adscribo al concepto que afirma que el ser radical es asumir las circunstancias desde su raíz. Hay que ir a la raíz de nuestros problemas si queremos verdaderamente solucionarlos. Siempre hay que ser radicales. Tenemos una memoria ancestral que está ahí, y que siempre ha s
ido nuestro refugio en los momentos más duros. Hemos resistido más de cinco siglos de saqueo, de pillaje, de colonialidad, de violencia, de invisibilidad. Y seguimos siendo, seguimos estando, seguimos viviendo, seguimos soñando.

 

Creo que debemos hacer una minga de sueños para recuperar la esperanza, para levantar la utopía y “sembrar de paja de páramo al mundo”. Ahora es el momento. Es el momento de decir: ¡Basta! Es el momento de recuperar nuestros territorios. Es el momento de decir NO a las Ciudades del Milenio. No al extractivismo. No a la prepotencia. No al autoritarismo. Es el momento de decir SI a la vida, a la convivialidad, a la solidaridad, a la reciprocidad. Es el momento de pensar en una democracia del Sumak Kawsay. Una democracia respetuosa con la diversidad que nos constituye: ¡un Sumak Kawsay pleno!



Kichwa amazónica; candidata a la Presidencia de la CONAIE; Lic. en Comunicación Social; especialista en Derechos Humanos; Ex Secretaria de Comunicación del Estado; Ex Asambleísta Constituyente; Ex dirigente de la CONFENIAE; Consultora en temas sociales.

 

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