Luis Ángel Saavedra/INREDH |
19/09/2014 |
BUSCA BRONCA Y HABLAMOS DE LA BRONCA Una mirada al desalojo de San Francisco |
Fue evidente que la marcha de los trabajadores y movimiento sociales, denominada 17S, convocó más gente que la fiesta organizada por el gobierno, a pesar que el gobierno presionó a la burocracia quiteña para que acuda obligatoriamente, o a pesar de la cantidad de buses que se puso a disposición de las delegaciones provinciales, que esta vez no acudieron como solían acudir en años pasados.
El éxito de la marcha en contra de la política gubernamental, sin duda acumularía un capital político para los movimiento sociales y los trabajadores, un capital político inaceptable para el gobierno y que se debía desmontar de cualquier forma, y la mejor forma de hacerlo era provocar una confrontación que diseñara otro escenario para el discurso político, ya no la del éxito de la movilización, sino la de la bronca, los detenidos y el vandalismo. Los medios de comunicación también cayeron en esta trampa.
La demostración de fuerza
Desde el anuncio de la marcha de los trabajadores se fueron sumando diversos movimientos sociales que amenazaban con poner en ridículo los cálculos gubernamentales de que no pasarían de unos cuantos cientos de manifestantes tirapiedras, malos dirigentes e interesados en la restauración conservadora; una visión que se ha ido construyendo desde esa burbuja de cristal en la que se refugian los nuevos líderes de nuestra eterna partidocracia.
Cuando la inteligencia gubernamental se dio cuenta de que este llamado a la movilización de los trabajadores superaba con mucho los cálculos que habían hecho, debieron apelar a sus conocidas contramarchas, bajo la convicción de que el número legitima el poder: a mayor número de simpatizantes concentrados, mayor legitimidad tiene el poder.
El problema es que desde el 23F, el número ha entrado en una curva descendente, como se demostró con la pérdida electoral que sufrió el partido de gobierno en las principales capitales de provincia; la marcha convocada para el 17S amenazaba con ratificar esa curva descendente. Entonces empezó la batalla de los números: “Frente a los 3.000 tirapiedras, pondremos 30.000 mil”
La batalla de los números la ganaron los trabajadores, los indígenas y los estudiantes que marcharon hacia el centro histórico de Quito; la batalla de los núme
ros también la ganaron en las capitales de provincia, a excepción de Guayaquil, en donde la concentración gubernamental fue mayor. Varias de las concentraciones de apoyo al gobierno, como en Cuenca, fueron incipientes.
En Quito, en donde se llenaron 12 cuadras de manifestantes, se estima que la participación fue de unas 20.000 personas contrarias al gobierno; en tanto que los adeptos al régimen no superaron los 7.000, apelotonados en la plaza de la Independencia, sede del gobierno.
Si la batalla de los números fue mal calculada por el gobierno, y por eso la perdió, también fue mal calculado el discurso de la restauración conservadora, acuñado luego de la derrota del 23F para esconder las propias debilidades de su partido y de la política gubernamental.
La restauración conservadora, según el gobierno, implica una alianza de todas las fuerzas de derecha en pos de retomar sus viejos privilegios: “el pasado no volverá”, dice el gobierno. Pero lo cierto es que la derecha está lejos de restaurarse a pesar de triunfos electorales, como el dado en Quito, pues fue un triunfo electoral no por el nuevo poder de la derecha, sino por el rechazo de los quiteños y quiteñas al régimen de Correa.
Ahora último, en su esfuerzo por posicionar el discurso de la restauración conservadora, los voceros gubernamentales han involucrado en esta supuesta restauración a todas las fuerzas sociales opuestas a su régimen; así se habla de una unión de las fuerzas conservadoras de la derecha y de la izquierda, en la que se junta por igual a los viejos partidos, el movimiento indígena, los movimiento ecologistas, los estudiantes, los maestros, los médicos, el movimiento sindical y todo aquel que sea crítico a Rafael Correa.
Esta miopía política tiene sus costos, la evidente diferencia de número entre la marcha de los trabajadores y la concentración de adeptos es solo uno de estos costos; pero esta miopía política es compensada con la habilidad que tiene el régimen para construir escenarios favorables a pesar de las derrotas; esto también se pudo constatar en la tarde del 17S.
Una guerra de juguete
Dos escenarios confluyen en esta guerra de juguete: uno en el colegio Montúfar, y el otro en la Plaza de San Francisco.
En el colegio Montúfar se asistió a una explosión de los estudiantes, una explosión que se daría en cualquier momento, pues el referente político de su organización interna ha sido golpeado incesantemente por el gobierno.
Aun cuando se niegue, es conocido que la organización interna de los estudiantes secundarios en el país está vinculada a la Juventud Revolucionaria del Ecuador, y esta a su vez, está vinculada al Movimiento Popular Democrático (MPD), el partido político de izquierda que ha debido soportar el ensañamiento del régimen, a pesar de haberlo sido útil en los primeros años de gobierno, especialmente cuando se necesitó su fuerza de choque para “convencer” a los antiguos representantes legislativos sobre la necesidad de convocar a una asamblea constituyente.
El MPD cayó en desgracia, y con él cayeron en desgracia todas sus organizaciones vinculadas, incluido el movimiento estudiantil; se lo ha golpeado de tal manera que incluso se ha provocado su desaparición de los registros electorales, una decisión asumida por el Consejo Nacional Electoral de manera no tan clara ni convincente.
Estos golpes han sido asimilados por los estudiantes, a ello se ha sumado el anuncio de alza de los pasajes del transporte urbano, que los afecta directamente, y sobre todo se suma el reclamo de la población frente a su inactividad: “antes, ni bien se mencionaba un alza de los pasajes, los estudiantes ya estaban en las calles”, es uno de los comentarios frecuentes entre la población.
La confrontación de los estudiantes del colegio Montufar con la policía se puede
explicar de esta forma, pero esto favoreció al gobierno, pues le permitió construir una dicotomía entre vandalismo vs, fiesta: vandalismo de los opositores y fiesta democrática de los adeptos al régimen.
El otro escenario se dio en la Plaza de San Francisco, y este si fue un escenario provocado por el régimen con la complicidad de minúsculos grupos, infiltrados unos, y alucinados otros.
Para esconder, o invisibilizar, el acumulado político logrado por los trabajadores y movimientos sociales con esta marcha, era necesario transformarla a un hecho de vandalismo; para esto el régimen aprovecho la presencia de dos grupos, que se autodenominan radicales, los unos de extrema derecha, como los skin neonazis, y los otros alucinando con una particular concepción de lucha armada que los hace enfrentarse a la policía, a pesar de ser muy conscientes del daño que hacen al movimiento social con esta guerra de juguete.
El régimen necesitaba una provocación para desalojar la Plaza de San Francisco y evitar que el acumulado político sea visible a través de los medios de comunicación y no podían esperar que la gente se vaya por su propia voluntad, algo que se daría en poco tiempo, pues los organizadores de la marcha no tuvieron la precaución, o no los dejaron, de colocar una tarima con sonido: dio pena ver a los dirigentes tratar de hablar desde una camioneta y con un altoparlante cuyo sonido no llegaba más allá de diez metros.
La falta de sonido hizo que la gente vaya abandonando la plaza sin que haya confrontaciones; esto lógicamente habría puesto la atención de los medios de comunicación en el número de simpatizantes de lado y lado, teniendo la ventaja, como se dijo, los movimientos sociales. Para evitar esto, se debía dar la confrontación.
Por una parte, la pelea se dio entre jóvenes skin neonazis y la policía. Familiares de uno de ellos estarían luego tratando de provocar enfrentamientos en las afueras de la Fiscalía, aduciendo la detención de uno de ellos, que finalmente no apareció en las listas de detenidos.
El otro grupo, el que mantiene esta guerra de juguete con la policía, también estuvo presente en la bronca inicial y fue útil a la intención gubernamental de desprestigiar la marcha provocando actos de vandalismo.
Ecuador TV puso las dos imágenes en pantalla, en la una está la fiesta gubernamental, y en la otra el vandalismo; los otros medios de comunicación enfatizaron las detenciones y la represión gubernamental; pero en el marasmo de estos dos puntos de vista de los medios de comunicación se perdió la esencia del 17S, que es el capital político que están recuperando los movimientos sociales.
El régimen logró su cometido: hablar de la bronca y trasladar el debate hacia su propio terreno, el del desprestigio a los líderes sociales y el enjuiciar a chivos expiatorios para ocultar lo verdaderamente sucedido en este día.
Lo que se viene en los juzgados
Lo que se viene es un sainete, la justicia en manos del ejecutivo ejecutando sus órdenes y buscando culpables más allá de los verdaderos culpables de las confrontaciones; no será raro toparnos con juicios a dirigentes sociales acusándolos de incitación a la violencia, rebelión, sabotaje o terrorismo; menos mal que no hubo un muerto útil para fraguar la figura de terrorismo con muerte.