Por: Lissbeth Curipoma
Nota. Adaptado de Delincuentes Ecuatorianos son acorralados por los Militares [Captura de pantalla], por Tío Liberal, 2024, YouTube
Al inicio, tras declarar el estado de excepción, la presencia militar se desplegó y se instituyo como un imponente escudo protector, erigido para resguardar a la sociedad de las amenazas y brindar la tan anhelada seguridad. Sin embargo, con el inexorable paso del tiempo, esta noble defensa se ha metamorfoseado en una espada sin control, una hoja afilada que no distingue entre la justicia y la brutalidad. La presencia militar ha creado un entorno opresivo donde las garantías fundamentales son eclipsadas por la oscuridad de prácticas autoritarias apoyada por una sociedad que goza de la desgracia ajena.
Antecedentes
Ecuador sufre una crisis de seguridad que ha empeorado particularmente en los últimos tres años. Varios delitos bajo el catálogo del crimen organizado, como la extorsión (conocida en el argot local como vacunas), robo de vehículos, secuestro, asaltos a negocios, narcotráfico y el asesinato, han puesto en alerta a la ciudadanía.
Apenas empezaba el 2024 y ya nos veíamos azotados de incidentes impactantes en el país, como violentos asaltos a TC, secuestros de policías, fugas de líderes criminales e incursiones de grupos armados a las universidades.
Es frente a este escenario que el 09 de enero, el presidente, Daniel Noboa, declaró estado de excepción por 60 días en todo el país y con el decreto N.º 111, reconoce la existencia de un “conflicto armado interno” no internacional, identificando a más de 22 grupos delincuenciales involucrados catalogándolos como “terroristas”. Noboa instruyó así a las Fuerzas Armadas llevar a cabo operaciones militares para neutralizar a esos grupos «en conformidad con el derecho internacional humanitario y garantizando el respeto a los derechos humanos«.
Actualidad
Los operativos llevados a cabo por las Fuerzas Militares Ecuatorianas han destapado un oscuro panorama donde los detenidos y las personas privadas de libertad se ven sometidos a una serie de tratos que desgarran la dignidad humana y flagrantemente violan los derechos fundamentales, algo que sin duda va en contra de lo que estipula el DIH y los DDHH.
Recordemos que, el principio general de respeto a la dignidad humana […] es la principal raison d’être del Derecho Internacional Humanitario y de los Derechos Humanos. El gran número de normas del DIH protege a las víctimas de los conflictos armados y limita los medios y métodos de combate, es decir, busca proteger la dignidad e integridad de las personas en los enfrentamientos armados; inclusive el primer principio del Conjunto de Principios para la protección de todas las personas sometidas a cualquier forma de detención o prisión, un instrumento de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas de Derechos Humanos (1998) menciona que:
Toda persona sometida a cualquier forma de detención o prisión será tratada humanamente y con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano.
Finalmente, el Artículo Común 3 de las Convenciones de Ginebra, que se aplica a los conflictos armados no internacionales, proporciona un nivel básico de protección, prohibiendo la violencia, la tortura y el trato degradante.
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“Para afrontar la crisis de seguridad no hace falta promover vulneraciones de Derechos Humanos”. El Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos (2024) indicó que:
Las decisiones de combate al crimen organizado se fundamentan en decisiones y operaciones técnicas y de inteligencia que, si se cumple la Ley, no ocasionan restricciones a Derechos. Si no se tiene rigurosidad y profesionalismo en la actuación, ocurrirá lo que se ha estado denunciando desde el inicio del Estado de Excepción: detenciones arbitrarias, ejecuciones extrajudiciales y tortura. Dichos resultados no son una forma de luchar contra la criminalidad, sino de imponer un régimen antidemocrático de graves violaciones a Derechos Humanos. (párr. 11)
Enumerando algunos ejemplos concretos durante los “operativos”, se erigen manifestaciones grotescas de crueldad.
Los detenidos son tratados como meros objetos de burla, obligados a rugir como tigres, en alusión a una de las bandas catalogada como terrorista; obligados a caminar en cunclillas; cantar el himno nacional mientras marchan o en el caso de las prisiones, cantar mientras están únicamente en ropa interior, o corear el famoso Andamos rulay a modo de mofa; tapar los grafittis de paredes mientras son golpeados, en algunos casos con grandes palos de madera o tablas que llevan el escrito Derechos humanos por un lado y por el reverso estamos rulay; despojarlos de su zapatos, medias y camisetas mientras se hace el registro exhaustivo en busca de armas o tatuajes de las bandas criminales; patearlos para que suban a los vehículos de las FFA; exigirles a besarse bajo coacción, grabándolos en videos en donde los militares ordenan a los detenidos «Béselo, béselo. Con la lengua», todo esto, solo perpetua la ignominia, tal y como si se tratase de una perversa obra teatral donde la voluntad es anulada y finalmente como cereza al postre, el más siniestro de todos, el Juego del caramelo, que irónicamente pretende burlarse de los arrestados, ya que al ellos contestar incorrectamente de qué sabor es un “caramelo imaginario”, son severamente golpeados con tablas, mientras las risas por parte de los uniformados no cesan.
En este contexto de abuso desenfrenado. Los registros visuales de estos actos atroces revelan una realidad distorsionada, donde el látigo de la arbitrariedad golpea sin piedad. Las fotos que circulan de los detenidos muestran cuerpos marcados por la violencia, con moretones que son testimonio de una brutalidad inexcusable. Es como si la oscuridad misma se materializara en la figura de aquellos que deberían proteger la integridad de todos los ciudadanos. En este sombrío escenario, la justicia se convierte en un espectro ausente, mientras que el odio y la impunidad están presentes inexorablemente. Son tantos los comentarios a favor del actuar de los militares que cuesta creer el grado de deshumanización de una sociedad que se regocija del sufrimiento de los demás.
¿Por qué sucede todo esto?
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“A las fuerzas militares se las entrena para la guerra, no para participar en operativos de orden público”, expresó José Miguel Vivanco, exdirector para las Américas de Human Rights Watch, en el 2020; y es que, durante su preparación militar además de acondicionar el cuerpo, se busca fortalecer la mente con el discurso de que “el entrenamiento debe ser tan fuerte que la guerra parezca un juego”. En primera instancia hay que centrar nuestra atención en el alarmante proceso de deshumanización al que se someten los militares como parte de su adiestramiento.
Entrenamientos, en los que llegan a recibir agresiones de tipo verbal, físico y hasta psicológico, con el argumento de que hay que estar preparado si se quiere ganar la guerra; sumado a los contenidos que son expuestos, tales como películas o cortometrajes sobre la guerra, invasiones, torturas y asesinatos, todo con el fin de formar y deshumanizar, de fomentar ira y rabia hacia el “enemigo”. De esta manera, la instrucción, como proceso que elimina la empatía y la duda moral, está diseñada para desarrollar un carácter fuerte en la persona que porta el uniforme, para que pueda matar al enemigo sin pensarlo ya que se trata de un ser deshumanizado; sumado a esto, tanto el solicitante como el recluta interiorizan normas durante su preparación, un código del silencio, obediencia incondicional y devoción inquebrantable hacia las autoridades, los compañeros y la institución (Bolaños, 2020).
No es solo un entrenamiento físico al que se someten los militares, sino también mental; en donde la manipulación y abuso verbal, físico y psicológico recibido por superiores jerárquicos al no poderse responder de alguna forma por el miedo a una represalia, lamentablemente se reproduce a futuro cuando el estudiante asciende y replica lo aprendido y vivido con sus subordinados, colegas o hasta civiles. La jerarquía dentro de estas instituciones conduce a esto y se convierte a la larga en un círculo vicioso.
Así esta deshumanización obliga a los militares a establecer formas específicas de percibir a los sujetos, interactuar con ellos y también proponer cómo deben ser vistos, reconocidos, interpelados, aceptados/juzgados por la sociedad. En palabras de Walzer (1977), esta diferencia en la percepción del enemigo conlleva que se justifique moralmente el uso de la violencia contra ellos sin el mismo escrutinio ético que se aplicaría a acciones similares en un contexto civil.
Y esto se puede observar en el Manual de cánticos militares para el entrenamiento físico militar, aprobado por el Comando General del Ejército Ecuatoriano (2011) que menciona;
Al asalto y nos vamos a lanzar,
con mis puños, mi fusil voy a matar,
para nosotros un placer esto será,
ya que la misión es masacrar.
El humo del combate ya lo veo por ahí,
mi sangre se acelera pues me voy a divertir,
apunto y disparo mil, enemigos ya maté,
le sacaré los ojos y su sangre beberé.
Regresa un soldado dando parte de la acción:
personal y equipo sin ninguna novedad. (p.8)
Desde esta visión, se refuerza que, al enemigo de Estado, en este caso, “los terroristas”, hay que eliminarlos, pero para hacerlo es necesario despojarlo de sus características humanas. Por este motivo, la deshumanización se sitúa como ese proceso por medio del cual se instaura una clasificación que despoja al otro de sus características humanas, reconociéndolos como seres amorfos sin identidad, género, sentimientos, ni posibilidad de segundas oportunidades en la sociedad (Sánchez et al., 2022).
A través de un tweet desde la cuenta de la Procuraduría General del Estado se menciona que, los militares ciertamente fueron instruidos en Derecho Internacional Humanitario y su vinculación con el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, por un equipo de abogados de la Dirección Nacional de DDHH. Pero parece que estas capacitaciones se concentran en la parte legal y no en sensibilizar al trato que se requiere en estas operaciones, deviniendo en el descontrol de la fuerza contra los detenidos y los privados de libertad.
Efectos de la violencia en la salud Mental
Lo inquietante de este escenario, es que no es un problema intrínseco de las FFAA, sino que se ha contagiado a la médula de la sociedad a un grado aterrador, el cual podemos ver reflejado en el sinnúmero de comentarios que se despliegan en los videos y fotos de las detenciones mismos que están abarrotados de discursos de odio, justificaciones a la violencia desplegada por las FFAA y deseos de muerte y sufrimiento.
¿Pero porque sucede este fenómeno en personas que no han pasado por un grado de deshumanización como la que han experimentado los militares de las FFAA?
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El odio y el resentimiento, esas sombras que se filtran sigilosas en la estructura social, representan un desafío tanto para el individuo como para la colectividad. Cuando estas emociones cobran fuerza, con demasiada frecuencia desembocan en la deshumanización del otro, en la negación de su condición de ser humano. Este proceso de des-subjetivación es un acto de violencia sutil pero devastador, donde se busca extinguir la voz y la dignidad del otro para así consolidar una sensación ilusoria de control y seguridad.
Caroline Emcke, periodista, escritora y filósofa alemana en su libro “Contra el odio” del 2017, nos recuerda que el odio no surge de la nada, sino que se cultiva, se alimenta de narrativas de exclusión y de diferenciación. A diferencia de la ira, que se manifiesta de manera efímera y explosiva, el odio es una pasión sorda, una llama lenta que puede arder durante años, consumiendo todo a su paso. El resentimiento, por su parte, es el resultado de una acumulación de iras consentidas, un veneno que corroe tanto al individuo como a la sociedad en su conjunto. A menudo, el resentido no dirige su rencor hacia un individuo en particular, sino que lo proyecta sobre un grupo, como es el caso de la delincuencia. En esta espiral de odio y resentimiento, la humanidad del otro se diluye en el horizonte de lo desconocido y lo temido. La delincuencia, convertida en un objeto abstracto de desprecio, se convierte en chivo expiatorio de nuestras frustraciones y miedos. Bajo este velo de deshumanización, se justifican los abusos perpetrados por la autoridad, alimentando un ciclo vicioso de violencia y desprecio que corroe los cimientos mismos de la convivencia civilizada.
- El Perverso Goce ante el sufrimiento
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Este no es un sentimiento nuevo, solo que ahora se ha desplazado a la situación que estamos enfrentando como país. Una de las citas más famosas del filósofo alemán, Friedrich Nietzsche fue: «Ver sufrir a los demás, hace bien» pero no es acaso la burla al dolor ajeno una muestra de la pobreza y miseria interior. A este fenómeno es que se lo conoce como, schadenfreude: sentir placer por la desgracia ajena, entre los rasgos que lo distinguen se hallan:
- A menudo nos permitimos sentirlo porque pensamos que la persona en cuestión merece un castigo: por su hipocresía, por quebrantar la ley, etc.
- Puede ser vivida como un alivio, ya que los fallos ajenos nos hacen sentir superiores, aunque sea por un momento. Nietzsche hablaba de la schadenfreude como “la venganza del impotente”.
- En general nos la permitimos sentirla respecto a incomodidades relativamente pequeñas de las otras personas, no ante desgracias graves o catástrofes importantes, donde lo más natural es que aflore la compasión. (Carmona, 2018)
Este placer por el sufrimiento ajeno se ha intensificado con mayor desenfreno por el uso sin trabas de las redes sociales y un fenómeno muy particular explicado desde la teoría del etiquetamiento; donde se sugiere que las personas pueden ser estigmatizadas y despreciadas por las etiquetas sociales asignadas. Cuando alguien es etiquetado como delincuente, la sociedad tiende a rechazarlo, lo que puede llevar a una profecía autocumplida donde la persona se comporta de acuerdo con la etiqueta.
El odio y resentimiento aumenta cuando se direcciona a algo o alguien que nos desagrada y como el discurso que se comparte por los altos mandos en nuestro país está cargado de esta <<justificación de los fines>> solo aligera el peso por disfrutar de la desgracia del otro. Pues como declara Daniel Noboa “Estamos en un estado de guerra y no podemos ceder«, así declaró el mandatario durante una entrevista en Radio Canela. Los intentos políticos de convertir la schadenfreude en un arma y explotar las ideologías de este modo suelen ser eficaces porque el fenómeno puede hacer que sea más gratificante emocionalmente presenciar el fracaso del otro que celebrar el éxito propio.
De este modo, en el ámbito de las redes sociales, el Schadenfreude se emplea hábilmente como herramienta para manipular la ideología de los usuarios, particularmente en la esfera política. Esto se debe a la facilidad con la que uno puede expresar su disfrute por la desgracia de los demás a través de un simple «me gusta» o un emoji; y cuanto más se comparte, más intenso es el castigo. Al hacerlo, sin darnos cuenta nos convertimos en cómplices del sufrimiento que nos produce placer.
¿Entonces somos malos y disfrutamos de la violencia por naturaleza o hay algo más detrás de todo esto?
Aunque hablamos de que impíos entrenamientos, el desarrollo de sentimientos como el odio y resentimiento e incluso un goce por desgracia ajena perpetúan esta forma de reaccionar (odio incondicional o violencia desmedida) frente a lo que vivimos; esto casi siempre está sujeto por condicionantes externos. El ser humano posee una agresividad innata que ayuda a responder al peligro. Sin embargo, la transformación de esta agresión innata en violencia está fuertemente influenciada por factores ambientales, incluida la crianza, la educación y las experiencias de vida. De hecho, las investigaciones sugieren que elementos sociales como la pobreza, la discriminación y la sensación de desesperanza pueden elevar aún más la probabilidad de participar en comportamientos violentos.
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En primer lugar, la crianza y la educación juegan un papel crucial en la formación de la personalidad y la conducta de un individuo. Los modelos de comportamiento que se presentan en el hogar y en el entorno educativo pueden moldear la manera en que una persona percibe y responde a situaciones conflictivas. Por ejemplo, la exposición a la violencia en el hogar durante la infancia puede normalizar el uso de la violencia como método para resolver conflictos en la vida adulta.
Por otra parte, las experiencias de vida, especialmente aquellas marcadas por la adversidad y el trauma pueden aumentar la probabilidad de que un individuo recurra a la violencia como una forma de hacer frente a sus problemas emocionales y sociales. Por ejemplo, las personas que han sido víctimas de abuso físico, sexual o emocional pueden desarrollar patrones de comportamiento agresivo como una forma de protegerse a sí mismas o como una expresión de su propio sufrimiento no resuelto; es decir la víctima se vuelve victimario y es ahí donde el schadenfreude apoya a esta superioridad moral, al anhelo de ocasionar daño al delincuente y en donde las personas justifican ser juez del comportamiento de otros.
Finalmente, los factores sociales también desempeñan un papel importante en la génesis de la violencia. La pobreza, la discriminación y la falta de oportunidades pueden crear un ambiente propicio para el surgimiento de la violencia. Las comunidades marginadas y desfavorecidas pueden experimentar altos niveles de estrés, frustración y desesperanza, lo que puede manifestarse en comportamientos violentos como una forma de resistencia o como una búsqueda de poder y control en un entorno percibido como hostil y sin salida.
El grupo y el contexto son fundamentales. Es dentro de estos parámetros que se establecen reglas y normas, dando forma a una identidad única a la que se adhieren los individuos. Cuando se enfrenta a una amenaza, el grupo instintivamente se une para proteger su existencia. La violencia se convierte en un medio para afirmar su fuerza colectiva. Sin embargo, si el grupo no reacciona, el individuo violento se vuelve ineficaz.
Conclusión
A modo de conclusión, vemos que la violencia no surge de manera aislada, sino que es el resultado de una interacción compleja entre factores individuales, familiares, comunitarios y sociales. Abordar la violencia de manera efectiva requiere un enfoque integral que considere no solo las causas inmediatas, sino también los determinantes subyacentes que la perpetúan y la sostienen a lo largo del tiempo.
Además, es imperativo reconocer que la respuesta al odio y al resentimiento no puede ser más odio y resentimiento. Solo confrontando estas emociones con empatía y justicia podremos desactivar su poder destructivo y construir un mundo donde la dignidad humana sea inviolable, incluso en los momentos más oscuros. De modo que, no se justifica los golpes, denigración o burlas hacia los detenidos, independientemente de su afiliación o actividad delictiva.
Los derechos humanos son fundamentales en la detención de criminales ya que establece límites y regulaciones para evitar que las autoridades recurran a fuerza excesiva, acciones arbitrarias y violencia. Estas medidas buscan salvaguardar no solo a las personas sospechosas de cometer delitos, sino también a todos los ciudadanos, de las frecuentes transgresiones y abusos de poder de los responsables de mantener el orden. El acceso a la justicia y a la asistencia jurídica es fundamental para el disfrute de los derechos humanos, como el derecho a un juicio imparcial y a protección. La prevención del delito consiste en tomar medidas destinadas a reducir el riesgo de miedo al delito mediante intervenciones para influir en sus múltiples causas.
Es fundamental educar a la sociedad sobre la importancia de los derechos humanos y su aplicación a todas las personas, incluidos los delincuentes. El respeto a la dignidad y los derechos humanos de los detenidos es fundamental para garantizar la justicia y la protección de los derechos de todos los ciudadanos, y para prevenir el maltrato y la humillación.
El respeto a la dignidad y los derechos humanos de todas las personas, incluidos los de los presuntos infractores, es fundamental y está protegido por la ley. La tortura debe ser condenada sin condiciones. El maltrato y la humillación van en contra de los principios legales y éticos, y su práctica está sujeta a sanciones legales. En este contexto, se hace imprescindible un llamado urgente a la conciencia colectiva y a la defensa irrestricta de los derechos humanos. No podemos permitir que la sombra de la crueldad opaque la luz de la justicia y la dignidad. Es hora de levantar la voz en contra de estos actos inhumanos y exigir el respeto irrestricto de la dignidad de cada individuo, independientemente de las circunstancias de su detención.
Bibliografía
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Jara, F. (2024). ‘Que ningún antipatria nos venga a decir que nosotros estamos violando los derechos de nadie, cuando estamos protegiendo los derechos de la mayoría’, dice el presidente Daniel Noboa. Ecuador | Noticias | el Universo. https://www.eluniverso.com/noticias/ecuador/que-ningun-antipatria-nos-venga-a-decir-que-nosotros-estamos-violando-los-derechos-de-nadie-cuando-estamos-es-protegiendo-los-derechos-de-la-mayoria-dice-el-presidente-daniel-noboa-nota/
Lamm, E. (2017). La dignidad humana | DELS. Diccionario Enciclopédico de la Legislación Sanitaria. https://bit.ly/43RVGIN
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Tío Liberal. (2024). Delincuentes Ecuatorianos son acorralados por los Militares
Autora
Psicóloga general con especialización jurídica y forense por la Universidad Central del Ecuador y acompañante de víctimas de violencia sexual en la fundación SALVAS. Formo parte activamente de la Primera Escuela Popular Feminista de Pichincha. Apasionada por los derechos humanos y las luchas sociales. Me desempeño actualmente como voluntaria en el área de Fortalecimiento de INREDH.